viernes, 7 de mayo de 2010

Uno más

Funestos pensamientos asaltan mi mente, cansada de divagar sin más sentido que el sinsentido, sin más meta que la retroalimentación de las mismas ideas, sin más mañana que el ayer. ¿Qué nos depara el futuro? ¿Acaso un ayer, acaso exaltar, por enésima vez, un ya mascado pensamiento?





No puedo evitar evocar al famoso hidalgo y su particular lucha por la individualidad, lucha que se me antoja fútil e inútil. ¿Acaso es posible huir, escabullirse de los lazos del destino, de la historia, de lo ya establecido? ¡Qué recurrente parece, ahora, la naturaleza humana! ¿Individualidad? ¿Existe eso? ¡Qué irremisible parece el destino! Lo pensado, lo reflexionado por uno no es más que una distinta cara de una misma moneda. Es, al fin, algo tan intrínseco a la naturaleza humana que nos humaniza tanto que nos relega de nuestra identidad, nos convierte en uno más.

Uno más en un mar de rostros idénticos, de gestos iguales, de misma artificiosidad. E incluso la individualidad se torna en igualdad.

Veo mi destino reflejado a diestro y siniestro, en rostros apáticos, en rostros donde la artificiosidad se ha impuesto. Bien sé que tarde o temprano la espada de Damocles bajará, rugiendo, y la artificiosidad hará mella en mí, convirtiéndome en un ente reformado, artificial. Y será entonces cuando el vestigio de individualidad que en mí residía aún, si tal nombre merece mi idiosincrasia, morirá irremediablemente en manos de la humanidad.

¿Artificiosidad? ¡Sí! Esta vida planeada, igual, estática, errabunda. Parecemos destinados a pasar el resto de nuestra vida siguiendo unos patrones, unos ideales sin sentido, artificiales, que nos relegan… ¿a qué nos relegan? Nos relegan a una vida normal, sin individualidad, a una pérdida de nuestra esencia, sea ésta la que sea, pues estoy seguro que no tiene, no debe, no puede ser esta estúpida sociedad en la que vivimos inseridos nuestra esencia.

“Míralo, al chiquillo, en las nubes. Pero dentro de unos años ya bajará de ellas, ya…” Afirman, satisfechos, conformes, vacíos los productos de esta maldita sociedad. Acaso tengan razón, acaso ni la supuesta individualidad es individualidad, sino una fase más, una maldita y planeada fase más en nuestra existencia. Un camino que, irremediablemente, recorremos para acabar sumergiéndonos en el mar de la sociedad, de la artificiosidad. Si así es, acaso estas palabras no tengan más fin que morir con los años, vulnerables a las estocadas del tiempo, unas palabras ya escritas, ya sentidas, ya pensadas por miles. Unas palabras de uno más.




Quizás tengan razón ¿Y qué? ¡Que se queden su razón! ¿Quién puede querer semejante razón? Si ni la individualidad es tal, si no somos más que uno más, si nuestro destino es acabar inseridos en esta sociedad… Entonces ya habrá muerto el hidalgo y con él el ser humano.

Ansío que estas palabras, ya pronunciadas, ya escritas, ya sentidas, ya pensadas por otros conserven, nimiamente aunque sea, un vestigio, un soplo, una sombra de mi individualidad, que dicen los que ostentan la razón que perderé, que tarde o temprano perderé, y cuando eso ocurra, cuando lea estas palabras y las vea vacías de significado, entones sabré que me he inserido en esta sociedad artificial, superflua, conforme, satisfecha. Y entonces sabré que mi destino es trabajar míseramente para ganar unos míseros billetes, vivir míseramente para adaptarme a una mísera sociedad, alegrarme míseramente por las victorias de mi mísero equipo de futbol, casarme y vivir míseramente, creyéndome que acaso un papel me acredita la felicidad.

Y entonces sabré menos que ahora de lo que es la felicidad, concepto tan manido y gastado que ya ni conserva su significado, pero al que todos nos afanamos por llegar. Corremos y corremos en busca de algo que desconocemos, que no sabemos ni como es, ni como sabe, ni como siente. Acaso esta felicidad no sea más que una expresión de nuestra individualidad, individualidad que no es tal, que no es más que una copia, un artificio, una verdad impuesta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario