miércoles, 12 de mayo de 2010

El romanticismo y su vigencia en nuestros días

Cabe empezar este artículo haciendo una especial referencia al tema a tratar, para que éste no se confunda con el estereotipado y manido concepto que tenemos actualmente del romántico, que tiene sus raíces en lo que aquí va a hablarse pero que, con el transcurso de los tiempos, ha ido derivando a una definición que poco parecido guarda con la amplitud que llegó a abarcar tal concepto. Así, hoy relacionamos romántico con aquél personaje sentimental, detallista en sus relaciones y, en definitiva, enamorado del amor. Pero aquí este concepto tan arquetípico volverá a ganar, quizás insuficientemente, parte de los valores e ideas que antaño daban sentido a tal palabra.






Ahora que ya sabemos a qué concepto de romántico no atenerse en este artículo, ahondemos en el concepto más vasto. Según los entendidos, el “Romanticismo” (corriente al que debemos el calificativo romántico) tiene su máximo exponente a mediados del XIX y se caracteriza por ser “un movimiento cultural y político originado en Alemania y en el Reino Unido a finales del siglo XVIII como una reacción revolucionaria contra el racionalismo de la Ilustración y el Clasicismo, confiriendo prioridad a los sentimientos.” Pero dejemos las definiciones para los entendidos y eruditos y hablemos, citando algunos textos románticos, de sus valores e ideales y su vigencia, si es que la tiene, en nuestros días.


¿Qué mejor forma de empezar que citando al tan famoso Espronceda y su igualmente famosa “Canción del pirata”?

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

¿Qué mejor ideal que la libertad para empezar a hablar de los románticos? Románticos inmersos en un tiempo de represión, más aun que el actual, donde el poder absolutista pugnaba por sustentarse, pero ya empezaban a perfilarse, por entre las abiertas entrañas de la monarquía, la cabeza codiciosa y avariciosa de la burguesía, la nueva figura autoritaria. ¿Y qué mejor ideal por el que luchar en nuestros días que la libertad, acaso uno de los más preciados bienes de la humanidad? Aún hoy se alzan, aquí y allí, puños al aire en busca de la tan ansiada pero tan poco disfrutada libertad.

Aquí también se perfila un nuevo ideal del romanticismo, aunque quizás cabe remarcar que sólo es patente en algunas composiciones, que no todas, y no es otra que un ligero sentimiento cosmopolita “mi única patria, la mar”, aunque a lo largo del romanticismo hallemos multitud de exaltaciones nacionalistas, o si más no esfuerzos denodados por recuperar tradiciones y culturas propias y parcialmente olvidadas (cabe remarcar, en este punto, el movimiento catalán de la “Renaixença”).

En esta canción, aunque no así en este pequeño extracto, también se puede vislumbrar un claro afán por huir de los tiempos actuales, por esconderse, ampararse, en tiempos pasados. Así, no es extraño dar con composiciones que tienen lugar en la Edad Media, etapa muy amada por esta corriente, o en países y lugares exóticos (aquí cabe hacer especial mención a los países orientales y asiáticos, que hacían las veces de “lo exótico”).

Olas gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remotas,
envuelto entre la sábana de espumas,
¡llevadme con vosotras!




Ahora, sacando a coalición otra faceta romántica, cabe destacar su habitual recurrencia a la naturaleza para ayudarse a expresar, para ayudar a comprender al lector qué es lo que sacude su corazón. Así, en estos versos de Bécquer, vemos cómo el ambiente, la naturaleza, nos ayuda a ver en qué estado anímico se encuentra el poeta.

Cobardes otros, de vejez avaros,
revuélquense en el lecho que envenena
dolencia inmunda, y el impuro ambiente
con flaco pecho aspiren y fallezcan
luchando con la muerte... ¡Oh, no a nosotros
fúnebre lecho de agonía lenta;
¡césped fresco es mejor...! Y mientras su alma
sollozo tras sollozo tarda quiebra
los nudos de la vida, de un impulso
sus ligaduras rompe y se liberta
osado nuestro espíritu

He aquí un fragmento traducido de la obra de lord Byron “El Corsario”, dónde se perfila el que se convertirá en un estandarte, en un héroe del Romanticismo, que no es otro que el pirata, y todo lo que éste encarna. ¿No es acaso el pirata libre? ¿Acaso sus fronteras no son otras que el vasto océano? También encarna unos valores, en cierto sentido, asociales, en tanto que es una sutil crítica a los convencionalismos de la época, siendo el barco en el que gobierna el corsario una sociedad diferente de la real, sin artificiosas invenciones conductuales, sin estúpidos parámetros impuestos sin más sentido que el sinsentido.

Además, también se perfilan en estos versos un rasgo bastante distintivo de los románticos, que no es otro que la exaltación de la vida, de los sentimientos. Tanto es así que, biografía en mano de muchos románticos, podemos afirmar que su vida transcurre exiguamente, pero que en ella tienen lugar los más dispares sucesos: guerras en Grecia, largos viajes, complejas historias de amor y adulterio…

¿No es acaso este texto una exaltación de los sentidos, una crítica a los convencionalismos de la época, un grito al presente, un renombrado y manido “Carpe diem” que alcanza cotas insospechadas?

Vayamos ahora a un último tema, y escojamos a un nuevo autor romántico como, por ejemplo, Beethoven. Sí, ¿por qué no? ¿Acaso el Romanticismo es un movimiento que atañe sólo a la literatura? ¡Nada más lejos de la realidad! ¿Cómo puede un movimiento de esta índole, de esta exaltación de los sentimientos, de tal vitalismo, de ansia de libertad, de supresión de los convencionalismos reducirse únicamente a un único campo? Así que Beethoven, como otros músicos, pintores y artistas en general no son extraños a este movimiento, sino el contrario, viven inseridos en él, constituyendo sus pilares, sustentando sus bases. Pues en Beethoven encontramos, como en todos los demás, un fortísimo intento de individualismo, de plasmar en nuestras obras una manifestación del yo que no se asemeje a la del colectivo, pues todos queremos, a nuestra manera, coger la lanza caída del famoso hidalgo, y proseguir un camino propio, constituirnos en una persona única, en alguien libre. Pues si no somos más que el reflejo de la sociedad ¿qué libertad ansiamos conseguir? Si nuestro ser, condenado a la sociedad, acaba convirtiéndose en ella, en un engranaje inidentificado y obsoleto de una maquinaria burocrática y jerarquizada entonces, ¡qué fútil parece luchar por la libertad!

Y llegamos ya al fin de este pueril y vano intento de plasmar una realidad con palabras mal escogidas e insuficientes para dar con un resultado del que enorgullecerse. Pero postergando un poco más este texto cabe darle sentido al título, para que éste no decaiga también. ¿Es acaso el Romanticismo un movimiento cultural del siglo XIX que tuvo su fin en el realismo y todo lo de que allí se deriva? ¿Puede acaso un ideal tan loable, un sistema de vida tan envidiable desfallecer en los brazos de la historia? ¿Acaso el Romanticismo no es más que un movimiento más sin trascendencia? ¡Yo no quiero creer eso! ¿Cómo puede ser que la defensa de la libertad, que la exaltación de los sentimientos, que la lucha contra los convencionalismos, que la busca del individualismo, que el vitalismo, que el espíritu rebelde muera? ¿Acaso nuestra sociedad es suficientemente deseable como para no luchar para mejorarla? ¡Desde luego que no! Estamos rodeados de vacía burocracia, de principios dogmáticos, de una jerarquización estúpida y absurda, somos presos del dinero, del poder, de la codicia, no encontramos más destino que el conseguir un vacío estado del bienestar, no vemos más norte que la sustentación del poder, no tenemos otro objetivo que vivir una vida artificial, insulsa, dogmatizada.

¿Entonces cómo ha podido sucumbir en manos de la sociedad el Romanticismo? ¡No ha podido! Aún sigue latiendo, aletargado, en el corazón de todos aquellos que aún creen en un mundo mejor, que aún sienten aletear en su interior una búsqueda del yo, que aún no están conformes con la sociedad, que aún siguen refugiándose en mundos lejanos y fantásticos, que aún siguen empuñando la espada de la rebeldía, que aún hacen hondear el estandarte del idealismo, que aún creen en la exaltación de los sentimientos.

Pues el Romanticismo no es sólo un movimiento cultural pasado, sino un vehículo ya usado pero no desperdiciado a través del cual conseguir una sociedad mejor.

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