Cabe empezar este artículo haciendo una especial referencia al tema a tratar, para que éste no se confunda con el estereotipado y manido concepto que tenemos actualmente del romántico, que tiene sus raíces en lo que aquí va a hablarse pero que, con el transcurso de los tiempos, ha ido derivando a una definición que poco parecido guarda con la amplitud que llegó a abarcar tal concepto. Así, hoy relacionamos romántico con aquél personaje sentimental, detallista en sus relaciones y, en definitiva, enamorado del amor. Pero aquí este concepto tan arquetípico volverá a ganar, quizás insuficientemente, parte de los valores e ideas que antaño daban sentido a tal palabra.
Ahora que ya sabemos a qué concepto de romántico no atenerse en este artículo, ahondemos en el concepto más vasto. Según los entendidos, el “Romanticismo” (corriente al que debemos el calificativo romántico) tiene su máximo exponente a mediados del XIX y se caracteriza por ser “un movimiento cultural y político originado en Alemania y en el Reino Unido a finales del siglo XVIII como una reacción revolucionaria contra el racionalismo de la Ilustración y el Clasicismo, confiriendo prioridad a los sentimientos.” Pero dejemos las definiciones para los entendidos y eruditos y hablemos, citando algunos textos románticos, de sus valores e ideales y su vigencia, si es que la tiene, en nuestros días.